Una hoguera para el Nobel

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Me congratulo con la próxima llegada a Uruguay del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y espero que mis conciudadanos adviertan el inestimable valor intelectual del ilustre visitante. Las mentes brillantes no abundan y debemos reconocer cuando alguna se acerca a estos puertos. No hacerlo es un acto por lo menos mezquino.
Cuando observo el escándalo suscitado en torno a su persona, evoco al casi olvidado papa Lucio III quien instauró la Inquisición en 1183. Eran tiempos en que quien ostentaba el poder solo pensaba en cómo conservarlo. Sin dudas valoraban el poder sobre una base de granítico fanatismo. No hace falta recordar cómo terminó la «aventura» de la Inquisición.
Como sucede siempre que gobernantes y burócratas dejan de concebir a sus gobernados como seres pensantes y se ocupan y preocupan por controlarlos, las cosas acaban mal. Quizás con cierta candidez muchos creímos que las prácticas de Torquemada y sus acólitos eran asuntos del pasado. Basta con leer algo de historia para acreditar que la soberbia, el temor y las ansias de controlar las mentes ciudadanas conducen al autoritarismo. El pensamiento humano es un valor en sí mismo, no una herramienta para congraciarse con el poder terrenal, efímero y circunstancial. Los discursos hegemónicos han sido causa de la mayoría de los males que padece la humanidad. En el contraste y la diversidad germinan principios, valores y metas de toda sociedad civilizada.
Tras la contundente muerte de los dioses decretada por Nietzsche, han surgido durante el siglo xx conductores capaces de hacer olvidar a las masas sus valores y principios, aplastando el ejercicio del pensamiento libertario y silenciando al disidente. Resulta inquietante comprobar cómo aún brotan conductores sedientos de movilizar masas con discursos autoritarios y vacíos. Dispuestos a justificarlo todo y a todos los que piensen como ellos, se erigen en juez y jurado, lanzándose a una caza de brujas.
Por todo ello, espero que mis conciudadanos aguarden la visita del Premio Nobel de Literatura como es digno de un pueblo ilustrado: con oídos atentos, dispuestos a escuchar y a aprender. No se aprende del que más fuerte grita, sino del que reflexiona.


Mercedes Vigil

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