Benedetti, el aeropuerto y otras yerbas….

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Varios lectores me han preguntado cuál es mi opinión  sobre la intentona de rebautizar al  Aeropuerto Internacional de Carrasco `General Cesáreo L. Berisso`con el nombre de Mario Benedetti. Si bien ese no es el motivo de estas líneas, creo que no hay mejor denominación para nuestro mayor aeropuerto que el nombre de un precursor de la aviación como lo fue Berisso.
Aquellos que me siguen  saben que he calificado repetidas veces de  tilinguería esa fiebre que ataca periódicamente a los gobernantes en su deseo de trocar el nombre de calles, plazas o espacios públicos. Siempre consideré  una muestra de inmadurez colectiva el no reconocer que la dinámica evolutiva de las sociedades no es negociable. Tampoco lo son las  diferentes valoraciones que los ciudadanos manejamos a la hora de subir o bajar del pedestal a nuestros circunstanciales coterráneos ejemplares.
Todo es mutable con el devenir del tiempo. Las devociones cambian, los valores a tener en cuenta también y la tan vapuleada  luz de la historia ilumina de diferente manera las aristas de personas y hechos dando una necesaria dinámica a nuestras adhesiones. Si no comprendemos esto,  cada pocos años deberíamos revisar el nomenclátor, lo que es un dislate total.
Tampoco debo aclarar que el Benedetti escritor, que merece todo mi respeto y admiración, nada tiene que ver con el hombre político con el cual me separan preceptos filosóficos y actitudes de vida. Nunca le perdonaré  el tildar de maricones y delincuentes a quienes huyeron de la dictadura cubana buscando la democracia tan merecida y con la cual se han llenado la boca miles de intelectuales, sin hacer de ello un precepto universal que debe primar por sobre simpatías políticas y conveniencias personales.
Pero lo que si diré es que resulta preocupante que, cada vez que se discute  sobre la calidad literaria de Benedetti  se levanten tormentas de arena que impiden ver lo importante. Como ya es habitual  la falta de ponderación de muchos ciudadanos al tratar el tema es una muestra de cómo hemos perdido aquello que nos diferenciaba claramente de los animales: el superponer la razón a la emoción. He leído en estos días- sin asombro, pero con pena- varias declaraciones fuera de tono sobre la calidad literaria de ese  referente de la literatura contemporánea. Compruebo que la mezquindad y el disgusto personal que provoca su éxito en ciertos ámbitos ya adquiere carácter de pandemia.
De un tiempo a esta parte los uruguayos nos hemos visto atomizados por sendas y excesivas declaraciones de solvencia que, lamentablemente no están respaldadas por obra alguna. Esto me lleva a repetir algo que a esta altura debería ser una regla: la solvencia no se declara sino que se demuestra. Si a esto le sumamos la evidencia de que,  en su gran mayoría estas andanadas en contra de la obra de Benedetti abundan en adjetivos y escasean argumentos  literarios, el resultado es una olla de grillos que se parece mucho a una conversación de feria dominguera y muy poco  a una valoración seria de su obra.
Siempre he sospechado de las declaraciones apasionadas y generalizadoras sobre la pluma de este hombre que ha pasado la mayoría de su vida escribiendo y ha volcado en más de ochenta publicaciones una estética personal que – le pese a quien le pese- ha dejado huella en miles de lectores.
Resulta extraño que Mario Benedetti no haya escrito ninguna obra que merezca reconocimiento de los autodenominados “especialistas”  Salvando algunas pocas excepciones, esta actitud es muy emocional y creo que poco aporta a la literatura. Huele a inquina personal. Lamento que quienes carecen de la inspiración creativa y se ganan la vida trabajando sobre el producto de la inspiración ajena, no hagan bien su tarea y se dediquen a disparar epítetos sobre quien indudablemente ha sido acariciado por las musas que a ellos se le han negado.
Nada es lineal y menos en literatura. Remontándonos a obras incuestionables me viene a la cabeza Miguel de Cervantes, cuya elaboración en el Quijote le bastó para pasar a la posteridad y nadie recuerda que fue un mal poeta y un mediocre autor teatral. Otro tanto sucede con referentes de la literatura universal como Marcel Proust y James Joyce
¿Porqué exigirle a Benedetti la excelencia en toda su producción?
Personalmente y con la ponderación que me merece el hablar del trabajo de un grande - ponderación que muchos deberían imitar-  sabiendo lo arduo de la tarea de escribir y seguir vigente, debo confesar que su obra tiene claroscuros. Su novela  Andamios no me gustó y tampoco La borra del café. Pero La Tregua, Gracias por el fuego y  El cumpleaños de Juan Ángel me parecen obras excelentes. Tampoco puedo olvidarme de algunos cuentos de Mario que están -a mi modo de ver- mal estructurados, pero con solo leer Montevideanos me quedo extasiada.  Sé que en su profusa obra poética no ha respetado las reglas ortodoxas esgrimidas desde la academia pero también debo admitir que muchas veces su verbo me ha llegado al alma. Seguramente miles de lectores de todo el mundo se han estremecido con alguno de sus versos y como yo, casi ninguno ha apreciado la poesía estructurada y académicamente correcta de Jorge Arbeleche. 
 ¿Cuántos jóvenes han apagado sus computadores para leer los poemarios de Benedetti? Miles y en todo el mundo. Eso ya es un enorme tributo para sociedades cada vez menos afectas a la lectura.
Por eso creo que aquellos que carecen de la inspiración necesaria para “crear” en el sentido liso y llano del término y comunicarse con los lectores- porque se escribe para ellos-  deberían abandonar esa fea costumbre de esgrimirse en árbitros y asumir que la literatura es un universo dinámico cargado de estéticas dispares que fluyen por vías muy diversas y siempre libertarias.
Gracias a las musas nunca podrán decretarse adhesiones,  ni encorsetar la libertad del creador y menos digitar la seducción que se establece, muy rara vez, entre el escritor y el lector.  
Nada más lejos de la creación literaria que el pretender conformar a un corpúsculo de comisarios con la cabeza llena de formulas aprendidas en un ejercicio memorístico y que se muestran siempre prestos a formular alguna ecuación matemática  para “enseñar” a escribir y llegar a la gente.
Mercedes Vigil



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