IV Congreso Internacional de la Lengua española





















Con una tertulia integrada por grandes personalidades de la cultura, y que giró en torno a temas cruciales para el desarrollo del idioma como el mestizaje, el uso del Internet y el periodismo, se lanzó anoche en Cartagena el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que tendrá lugar en La Heroica entre el 26 y el 29 de marzo de 2007. Durante sus intervenciones, tanto la ministra de Cultura de Colombia, Elvira Cuervo de Jaramillo, como el alcalde de Cartagena, Nicolás Curi, calificaron el Congreso como el acontecimiento cultural más importante del próximo año.
La conversación fue televisada en directo para todo el país a través de Señal Colombia y tuvo lugar en el histórico Baluarte de San Ignacio. El papel de moderador estuvo a cargo del periodista y escritor Juan Gossaín, y gracias a la calidad de las intervenciones el diálogo se convirtió en un abrebocas para los debates del gran foro del español, cuyo lema es «Presente y futuro del español: unidad en la diversidad». Sus integrantes —cada uno de los cuales hizo desde su especialidad valiosos aportes a la discusión— fueron el ex presidente Belisario Betancur (presidente de la Comisión de Honor y fel Comité Ejecutivo del IV Congreso), William Ospina (escritor y ensayista colombiano), Genoveva Iriarte (directora del Instituto Caro y Cuervo), Jaime Abello director de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano), el cantautor Carlos Vives (uno de los músicos caribeños e hispanohablantes más exitosos de la última década) y los invitados internacionales Juan Cruz (novelista y periodista, cofundador del diario El País de España), y la uruguaya Mercedes Vigil, importante escritora galardonada en su país con los premios a la Mujer del Año (2001) y Libro de Oro (entre 2001 y 2005). En las intervenciones que precedieron al coloquio, que se extendió por casi hora y media, el alcalde de Cartagena, Nicolás Curi, anunció la instalación de una estatua de Miguel de Cervantes en la Plaza del Venadillo, como homenaje al gran escritor que, según recordó, alguna vez pidió a la Corona Española un traslado a Cartagena de Indias que le fue negado. A su vez, en su intervención oficial como organizadora del IV Congreso, la ministra de Cultura confirmó la presencia de los reyes de España tanto en este evento como en el que lo precederá: el XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua en Medellín, entre el 21 y el 24 de marzo próximos. Durante ese encuentro se presentará la nueva Gramática de la Lengua Española tras más de sesenta años de haber sido publicada la última edición, y según apuntó la ministra, se espera que este texto de carácter panhispánico ¿pues por primera vez se extenderá en la atención prestada al español de América¿ sea bautizado como «La Gramática de Medellín». Tras los actos protocolarios, Gossaín concedió la palabra a los tertuliantes, no sin antes recordar que el español entró a América por el Caribe, y que la primera palabra que América le aportó al español fue canoa. El ex Presidente Belisario Betancur, asistente a las tres ediciones anteriores de los Congresos de la Lengua, hizo una breve presentación de lo que fueron los encuentros de Zacatecas, México, Valladolid, España y Rosario, Argentina, ciudad en la que, según contó, las 22 Academias de la Lengua decidieron por unanimidad que el cuarto se realizara en Cartagena.
Celebrar el mestizaje
La escritora uruguaya Mercedes Vigil planteó el primer tema polémico de la noche. Instada por Gossaín a tocar el asunto de la llegada del español a América, invitó a abandonar la postura que plantea un enfrentamiento entre «lenguas conquistadas» y «lenguas conquistadoras», lo que calificó como una «falsa dicotomía», y en lugar de eso propuso celebrar las mezclas, derribar muros y tender puentes, recordando que «el mestizaje es el que nos hace crecer». William Ospina continuó en esa línea, y señaló que el español ya no es la lengua que llegó a América hace cinco siglos, pues «tiene una gran capacidad de aprendizaje», gracias a la enorme cantidad de palabras provenientes del árabe y otras lenguas como las indígenas que lo han enriquecido. «Esa lengua se la devolvimos modificada a España, gracias al Modernismo, ese gran fenómeno literario del siglo XIX», puntualizó Ospina.
Reconocimiento académico a la huella de Vives
La directora del Instituto Caro y Cuervo, Genoveva Iriarte, de quien se recordó es la primera mujer en dirigir esta emblemática institución, comentó la segunda parte del título del Congreso: «Unidad en la diversidad», y enfatizó que «el español es único», y es «el contexto social el que hace que adquiera modalidades diferentes». En ese sentido invitó a «identificarse con lo propio», y por ello reconoció el trabajo de Carlos Vives ¿quien integrará uno de los veinte panales académicos del Congreso de marzo¿ argumentando que un gran artista «debe poner su huella en lo que dice», que la lengua sirve para eso, y que así es como lo hace Carlos Vives, de quien valoró que ponga «su huella en su letra y su canción», lo que lo hace diverso sin dejar de estar inmerso en la unidad de lengua española, afirmó. A su vez, Carlos Vives recordó cómo en su carrera de cantante debió ignorar las exigencias de adoptar estilos ajenos para poder transitar por su propio camino, y cómo finalmente lo encontró al regresar a la actitud de los niños que definió así: «uno cuando nace canta como habla», expresión que Gossaín consideró poesía, y un perfecto verso endecasílabo.
Los peligros de la K y medios de comunicación
Jaime Abello, director de la FNPI, abrió otro tema fundamental planteado por Gossaín: el de la responsabilidad pedagógica de los medios con respecto a la lengua: «Muchos de los problemas relacionados con el uso del español por los periodistas vienen de las fallas en la educación básica». Eso lo llevó a señalar que en el Congreso no sólo se hablará de lo bello de la lengua, sino también de temas cruciales para el idioma: «la educación, el trato del idioma por parte de los medios», y de cómo el inglés o el Internet «hacen su daño». A esto, el cofundador de El País y novelista Juan Cruz, replicó que si la taquigrafía no le ha hecho ningún daño al español con su manera de abreviar para escribir velozmente, por qué le habrán de hacer daño contracciones como el uso de la K en lugar de Qu, tan comunes en el Internet y el correo electrónico. A la par de eso, llamó la atención sobre el deber del periodismo, que definió como la misión de «ordenar el mundo, para que el lector lo haga a su vez», y resistirse a torcer ese camino con otros fines. El cierre de la tertulia fue sin embargo el inicio del debate en torno a temas que aunque faltan todavía más de tres meses para el inicio del IV Congreso quedan planteados desde ya, e irán alimentando las necesarias polémicas que hacen de estos encuentros reuniones prolíficas y llenas de ideas para la vida de la lengua.






























Creación literaria en la comunidad iberoamericana






Ponencia oficial de Mercedes Vigil












¿Construir la nación es apropiarse del idioma?


Que cientos de intelectuales se reúnan en torno a un congreso de la lengua es un hecho trascendente, pero en este caso particular, en el que se aprueba la primera gramática consensuada, es un hito histórico. Estamos asistiendo a un salto cualitativo en el entendimiento de la naturaleza misma del idioma y es bueno que el mensaje de ese crecimiento venga directamente de las academias de letras, que «ordenan» ese hecho fantástico como ninguno. Porque las academias no crean el idioma, sino que lo ordenan, y ese es un concepto primigenio que debemos asumir. Esto no disminuye su importancia como fantásticos gendarmes del idioma, sino que la potencia. Resulta una tarea magnífica ordenar ese vehículo con el que 400 millones de personas pretenden contar el mundo que las rodea desde lugares tan disímiles como Montevideo, La Habana, Sevilla, Bogotá, Santiago o Ciudad de México. Cuando se yerguen vaticinios catastróficos sobre el futuro de nuestro idioma, se está olvidando que este constituye un cuerpo vivo, en constante desarrollo, y que esa mutación es precisamente el motivo de su vigencia. Sucede que, como todo ser vivo, es común que caiga en periodos de debilidad y crisis, para luego volver a recuperar lozanía en un inagotable ciclo que, espero, no se detenga jamás. En su incesante mutación, suele generar resistencia en los estudiosos por la sensación de zozobra que produce. Es imprescindible superar ese temor inicial y advertir, tal cual lo hiciera Gabriela Mistral, que el mestizaje idiomático enriquece y no disminuye. Lamentablemente, el hombre se ha acostumbrado a levantar muros y cerrar puertas, pero esto no funciona ante la irrevocable impronta libertaria del idioma, que se escurre por debajo de esas fronteras artificiales sin que la voluntad del hombre pueda constreñirlo. El español es un hábil gimnasta que ha sabido saltar océanos, montañas y valles sin por ello perder elegancia, y eso es un signo de vitalidad que debe hacernos reflexionar sobre su buena salud. En el caso del escritor, esa resistencia es menor y muchas veces inexistente, pues resulta habitual que este recoja los cambios que se procesan en su entorno de manera casi inconsciente. Para quienes escribimos, es natural adaptar el lenguaje escrito al hablado y ese es el secreto de la vigencia de cierta literatura: la congruencia entre el idioma escrito y el hablado, lo que permite reconocerse en él. Es esta necesidad de reconocerse como nación una condición imperiosa de supervivencia para todo grupo humano, y a esa necesidad no escapa esta América tan ancha como propia.
Esta lengua española que llegó de lejos comenzó en estas tierras un nuevo camino, esculpiendo lentamente su imagen americana, la de un rostro dinámico enriquecido con múltiples gestos y arrugas. Es el rostro entero del continente en el que se ha ido cincelando cada surco sin que eso desfigure su rostro. Cada gesto y cada arruga reflejan una realización y en ellas se descubren las huellas de un largo proceso histórico que aún no culmina. Cada uno de los gestos y de las arrugas de esa cara americana son igualmente expresivos, atractivos y configuran al ser americano. Es la diversidad en la unidad, la posibilidad de ser diferentes y entenderse, de reconocerse productos de ese proceso histórico. Es por eso que deberíamos deponer esa belicosa costumbre de sojuzgar lo insojuzgable y comenzar a asumir que es mejor tender puentes para que ese natural fluir de la lengua recorra sus caminos sin los traumas que genera el orden artificial que en otros tiempos intentó imprimírsele. ¿No es mejor asumir que cada surco, cada arruga debe ser moldeada a voluntad por cada grupo humano según su geografía e historia? Hay más de 400 millones de almas pensando en español, y pretender que las sociedades piensen en determinada dirección, según reglas inmutables, es en buena medida, una forma de dictadura. Por eso es bueno que las academias acompasen la evolución que irrevocablemente se da en los diferentes espacios en los que el español es la forma de pensar el mundo. Pero ahora hablemos de literatura, quizás el acto cumbre del escritor a la hora de contar su historia, que es como el escultor puesto a trabajar su elemento. ¿Cómo evitar que cada creador lo adapte a su peculiar circunstancia? Esa materia prima siempre esta «contaminada» por las variables que rodean al individuo, su geografía y su historia; las circunstancias sociales y personales en las que se ve inmerso. Así, las diversas formas de desarrollo del español en América se explican por varios factores, entre ellos la oriundez de los colonizadores, ya que no era lo mismo si estos eran castellanos, andaluces o canarios. No hay que olvidar tampoco que el manejo del idioma variaba según la clase social a la que pertenecían los colonizadores, pues no se manejaba igual el idioma si se era comerciante, burócrata o sacerdote. Otra variante importante era el sustrato indígena de cada país, ya que resultaba absolutamente distinto desembarcar en tierra maya, quechua o guaraní. El carácter del pueblo conquistado y su estado de evolución establecieron claramente el nivel de mestizaje idiomático. También hay que considerar una serie de factores de índole sociocultural de cada región. Tomado el idioma como un hecho aluvional, el mestizaje lo enriquece, y es una necesidad ineludible para su supervivencia. Esa plasticidad del español es quizá su mayor carta de buena salud, ya que cuando un idioma no se amolda a los azares a los que está sometido como todo hecho cultural, termina por encapsularse y morir. Efectivamente, si observamos las lenguas que han ido desapareciendo, veremos que suelen ser aquellas que más han resistido al mestizaje, y una lengua estática está condenada a desaparecer, como lo está todo organismo vivo al que se le impide latir, mutar y, en definitiva, crecer. Esto debe tomarse en cuenta para medir en su justo peso las declaraciones alarmistas que le adjudican a la Real Academia su «debilidad» de incorporar palabras como Internet. ¿Qué diferencia hay en ese hecho y otros, que se vienen sucediendo antes y después de que Antonio de Nebrija publicara la primera gramática española?. El temor a ser «invadido» se debe quizás a la falta de perspectiva histórica en el momento de reconocer las diversas formas de sumatoria cultural. Porque en nada difiere Internet de Tariq, aquel berebere temible que cruzó en el siglo VII el estrecho de Gibraltar portando un bagaje cultural que persiste aún en este siglo XXI. Baste recordar que palabras como alférez, algarabía, reloj o aljibe son un legado árabe. Cuando los españoles desembarcaron en América fueron asimilando palabras como maíz, mate, huracán y tabaco. Y tan inmediato fue el mestizaje que el mismo Cristóbal Colón, al escribir sus informes, sustituía ya palabras, como almadía por canoa. Algunas veces la asimilación era espontánea, pero otras muchas fue el fruto de la que se imponía, necesaria, para gobernar estas tierras y difundir la palabra del Dios cristiano. Pero esto no era un hecho novedoso, porque ya antes los celtas habían legado a España, además de la fiesta de San Juan como herencia de su culto al dios Lugos, palabras como roca o carro. Los germanos lo hicieron con términos como guerra, robar y ganar, y los griegos con huérfano y escuela, solo por mencionar algunos. Años más tarde, cuando el tráfico de esclavos a América se incrementó, los africanos nos legaron palabras como banana o mucama, esto dependiendo del lugar de donde provinieran. Pero volvamos al artesano del idioma, el escritor. Cuando este se ve inmerso en un país remoto, pequeño y frágil, la búsqueda de una identidad propia se hace más dramática. Y por aquello de que contar la historia de uno es contar la de muchos, válgame recordar que esta premisa se descubre con claridad arrolladora en la vida y la obra de una de las personalidades más importantes de la cultura uruguaya del siglo XIX, Eduardo Acevedo Díaz. Para valorar la huella dejada por ese escritor, se debe tener presente la realidad histórica y cultural en la que se movía. En la segunda mitad del siglo XIX surgen en Hispanoamérica las primeras novelas sólidas, bien estructuradas. La novela uruguaya se inaugura en 1865 con la obra Caramurú, de Alejandro Magariños Cervantes (1825-93). Años después Eduardo Acevedo Díaz (1851-1921) se suma a este grupo de pioneros de la novela americana y en su obra vemos un crecimiento constante. Todavía romántico en Brenda (1884), Acevedo Díaz evoluciona hacia el realismo histórico-social en Ismael (1888), Nativa (1889), Grito de Gloria (1889), El combate de la tapera (1892) y Soledad (1894), sus obras más destacadas, que entrelazan historia, tradición, leyenda y realidad de la ciudad y el campo uruguayos. Fue contemporáneo de Javier de Viana (1868-1926) que conoció muy bien la vida rural y dejó testimonio de ello en su novela Gaucha (1889); de Carlos Reyles (1868-1938) autor de Beba, La raza de Caín, El embrujo de Sevilla y El gaucho florido, evocación de la estancia cimarrona y del gaucho crudo; y también de Horacio Quiroga (1878-1937) más famoso por sus cuentos que por sus dos breves novelas: Historias de un amor turbio (1908) y Pasado Amor (1929).
Aquel Uruguay en ciernes, ya comenzaba a estar signado por sus divisas partidarias: la blanca y la colorada, que alinearán a los orientales en dos bandos bien definidos. Había dos gobiernos: el del Cerrito, defendido entre otros por el general Díaz, abuelo de Eduardo Acevedo Díaz, y el de la Defensa. Se sucederán varios motines militares e irrumpirán en nuestra tierra con fuerzas brasileñas. El territorio nacional será permanente escenario de luchas por el poder, sea de fuerzas nacionales como extranjeras. Esa es la época en la que se forjó Eduardo Acevedo, el hombre, estudiante de derecho, periodista, militante y soldado, que a los 25 años ya se había fugado tres veces del país y era intensamente buscado por el Gobierno militarista de la época; entonces se va moldeando su pensamiento de narrador y su filosofía de la narrativa histórica. Él mismo explicará el propósito de su obra, expresado a su amigo Palomeque en una carta de 1889, donde manifiesta haberse propuesto con sus novelas «un estudio etnológico, social y político de nuestro país, por el cual intento hacer resaltar los lineamientos vigorosos de su historia que trazan su fisonomía propia y diseñar de un modo indeleble sus propósitos e instintos nativos». Intenta un fundamento científico (la sociología, que comenzaba a organizarse como disciplina independiente), pero su tarea se refiere más a una concepción filosófica que científica. Subyace en toda su obra la necesidad de rescatar el espíritu de nacionalidad y para ello se introduce de lleno en el vivir, sentir y hablar del grupo humano que lo rodea. Pero el éxito mayor de este escritor es que logra despegarse de sus contemporáneos introduciendo en sus textos la lengua autóctona del Río de la Plata, y de ahí su valor cualitativo. A Acevedo Díaz no le tiembla el pulso cuando debe hacer hablar a sus personajes llanos y utiliza un idioma también llano, los hace creíbles y cotidianos, lo que marca un punto de inflexión entre sus contemporáneos regionales. Se anima a romper en aquel siglo XIX el encorsetamiento que descubrimos en sus compañeros de generación y transita en el mundo del idioma hablado, el real, lo que sugiere un despertar a la necesidad del rescate del idioma autóctono en la literatura. Y es entonces donde el macro-mundo en el cual nace, crece y escribe se transforma en la materia prima exquisita con la cual construirá su micro-mundo. El que se asoma desde sus textos, especialmente en El combate de la tapera. Va insertando al lector en el mundo del Río de la Plata, mostrando en el desarrollo del texto un interés explícito en retratar al hombre dentro del mundo real, peculiar y propio que es aquel Uruguay de 1892, que seguramente no era igual al de Madrid, Compostela, México o Medellín. De eso se trata el idioma, de la magnífica plasticidad que le permite hacer creíble a los hombres y mujeres que se asoman desde el papel, y ese es el mayor desafío del escritor americano, apropiarse del idioma para relatar al hombre y sus circunstancias. En esta joya de la literatura regionalista, que algunos definen como novela histórica pese a su corta extensión y que fue publicada por vez primera cuatrocientos años después de que Colón desembarcara en América, hombres, animales y vegetación están insertos en una atmósfera de violencia y dramatismo. Acevedo Díaz sale victorioso en esa puja tan habitual en todo escritor americano, pero mayor en la época en la que vivió y trabajó este autor. En El combate de la tapera vemos claramente lo que puede el mestizaje como acicate para el crecimiento de un joven y vacilante país. Considerado un hombre de acción y letras, con una conciencia clara en la búsqueda de la libertad, fue sin dudas un hacedor de la historia nacional y reconstructor en el universo del discurso; su creación trasunta una clara intención didáctica «instruir almas y educar muchedumbres»… y vemos que estos son los objetivos del idioma. Entonces, la obra de Acevedo Díaz no solo es el rescate novelado de la historia de la lucha por la libertad del país, también es reflejo de los orígenes de la nacionalidad oriental: diferentes lenguas, diferentes etnias y clases sociales aglutinados tras un objetivo; hombres y mujeres batallando por la vida y los sentimientos: indios, matreros, montoneros, caudillos burgueses urbanos, chinas bravías, negros esclavos y libertos, militares del coloniaje, patricios e hidalgos, damas de peinetón, etcétera, en síntesis, españoles, portugueses, indígenas, negros, criollos. Y esa lucha de los personajes en la novela es paralela al proceso del idioma español en América. Pero lo más importante quizá es que la historia personal de este escritor es el espejo en el que se miraban la mayoría de sus colegas americanos, en épocas en que era vital subrayar una identidad cultural regional y vivo ejemplo de cómo el mestizaje lingüístico se levanta como un eco nacional. Cuando los abuelos de Acevedo Díaz desembarcan a fines del siglo XVIII provenientes de La Coruña en el jovencísimo puerto de Montevideo, comienza una historia, que se repetirá en la mayoría de los emigrantes llegados al nuevo continente. El puerto capital de Uruguay ha sido de gran importancia en la historia de la navegación de la América del Sur y eso le ha dado una impronta especial. Estos emigrantes gallegos sembrarán su simiente en aquel país embrionario, verán a sus hijos y nietos contraer matrimonio con italianos, franceses, brasileños o criollos. A su vez, muchos de estos transformarán su lengua original en lo que se llamó el gringo-acriollado y le darán una nueva forma a sus lenguas maternas. Al igual que Acevedo, muchos crecerán en haciendas pobladas de esclavos africanos en las que no faltará la presencia indígena autóctona, absorbiendo desde la niñez esa mezcla de «decires» propios. No será extraño a aquella idiosincrasia decimonónica el necesario pasaje de las nuevas generaciones por los selectos colegios ingleses, que ya estaban de moda en el Río de la Plata. Tampoco es menor la fuerte presencia francesa en las cúpulas universitarias regionales, que dejaron un poderoso influjo en la educación superior. A esto se debe agregar que muchos de ellos, como Acevedo, contraerían matrimonio con damas argentinas, con lo que incorporarían las dos vertientes del mestizaje en el Río de la Plata. Todo eso crea una indeleble huella en la literatura regional, que es solo un reflejo pálido de lo que sucede con el español en cada lugar de América.
En El combate de la tapera el protagonista es el pueblo, el pueblo llano que decide sacrificarse en medio de una tormenta de sangre y de fuego. Dentro del texto, Acevedo reproduce lo que sucede en su entorno, desde el punto de vista idiomático. Cada personaje habla según su origen y condición social, regando el texto de esa peculiar diversidad cultural del Río de la Plata. Descubrimos de su mano que el lenguaje debe estar al servicio de la vida y no viceversa, los pueblos deben necesariamente reconocer «sus cosas» tras las palabras y, si eso no sucede, deviene una brecha entre el idioma hablado y el escrito. ¿Cómo pretender que se lea, si cuando uno lee, no se reconoce? Por eso la importancia de este escritor, quien vivió la transición literaria entre el romanticismo y el naturalismo, y de allí se pueden inferir los rasgos de su obra emparentados con ambas escuelas. Pero también la elaboración de un discurso narrativo propio, que armoniza las formas españolas del lenguaje con los modismos criollos y con préstamos de otras lenguas y que configura las bases de ese español rioplatense en plena evolución. El mismo título elegido por su autor recoge la voz guaraní tapera, que significa ‘ruina’. Lentamente fue abandonando el encorsetamiento del español «debido» para sumergirse en el español «sentido» en la comarca en la que vivió, recreando a través de los personajes las voces de aquel país embrionario, sin por ello olvidar el español de España, que manejaba y conocía a la perfección. ¿Qué hace que al leer a Eduardo Acevedo Díaz advirtamos rápidamente que ese escritor ha nacido, crecido y escrito en el Río de la Plata? Sin dudas es el apropiamiento del español, la adecuación a sus circunstancias particulares, fruto de un proceso interminable y nunca finalizado, que ha ido tallando arrugas en ese rostro del español americano que definitivamente nos pertenece. Y el proceso continuará, cincelando su recorrido con atrevidos, profundos y entrañables surcos, que harán más rico y más diverso ese hecho cultural sin par que es el español americano: un bello rostro en el que cada línea es el resultado de una diversa forma de contar el mundo que late en este lado del océano.

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